8 jun 2017

Zyonx Al Chibab

"No obstante, entre el revuelo, el sudor y los nervios, cuando acabase la pelea, sabía que tenia que arrodillarse ante su Dios. Estaba inseguro, no había conocido otra cosa que el furor y la fe ciega de su padre hacia Anghárradh..."

Soasada Al Chibab
Soasada Al Chibab, un viejo clérigo curandero de Iluzhiir rondaba ya los 1199 años. Había criado a un hijo en la más mísera de las pobrezas, esculpir arcos no era un buen negocio, pero con una disciplina digna de un paladín, Zyonx Al Chibab era un adolescente de apenas 76 años de edad.

La disciplina del padre había infundido una gran admiración en Zyonx hacia él, pero había engendrado un odio gratuito hacia todo aquel que se le acercara, que cegaba al jovenzuelo. Creyéndose que pertenecía a los casi extintos Ari-tel-quessir, había alimentado su ego. Se pensaba que era especial pero era un simple Sy-tel-quessir adolescente que sólo miraba su ombligo.

Su padre era un elfo conocido, gracias a sus amistades recibió una carta de invitación a la boda del hijo del Rey. Soasada no quería molestar ni incordiar en tan lujosa fiesta y Zyonx no pensaba en otra cosa que en la asistencia a ella, así pues, su padre le regaló la invitación. El adolescente elfo era aún un principiante, pero prometía ser clérigo como su padre.

- Zyonx, toma la invitación -pues no era más que una simple carta, que cogía con las manos con sumo cuidado- y ve a la boda del rey -dijo Soasada.
- Por supuesto padre, espero conocer a alguien mejor que tú, sería un honor -dijo Zyonx alzando la cabeza, como si se mereciera la invitación mucho más que su padre.

No paso mucho tiempo hasta que Zyonx emprendió el camino hacía la dichosa boda.

En el camino paró en un pequeño riachuelo a pasar la noche, llevaba dos días de camino y no le había ocurrido nada, estaba cansado de andar sólo. Tumbado casi dormido, vio desde la lejanía como se acercaba un carruaje con dos caballos negros. El carro se veía de buena madera, y los caballos aunque era de noche y eran negros, su pelaje destellaba con la luz de los dos candiles que colgaban de las esquinas superiores de la cabina, eran buenos caballos. Sentado había un delgado cochero que dirigía el carromato. No era fácil verlo, llevaba una chistera y estaba algo lejos.

Esto hizo que Zyonx se pusiera en alerta, él seguía tumbado, el fuego que había encendido estaba casi extinto, y se hizo el despistado, sin quitar el ojo de encima al carromato, que cada vez se acercaba más.

Una vez en la orilla del río, los caballos empezaron a beber agua del riachuelo como si nunca lo hubieran hecho.

En ese instante, la puerta de la cabina del carruaje se abrió, y poco a poco bajó lo que parecía una vieja maga casi moribunda. Las piernas no se le veían, ya que llevaba una túnica negra de seda pura, pero sí asomaban los pies, pues no llevaba ningún tipo de calzado, esqueléticos y de una piel bastante verde casi podrida.

Mientras que la misteriosa mujer bajaba del carro, Zyonx giró la cabeza un momento para mirar a los caballos y se quedo frío, helado. Los caballos ahora eran nada más que simples esqueletos que sin pausa seguían bebiendo agua sin parar, el ruido que provocaban era bastante desagradable, como un continuo vaciar de un jarro de agua.

La cara de la maga misteriosa se veía taciturna, vacía, oscura, triste, melancólica y extremadamente delgada.

- ¿Tienes algo de comida chico?- la maga misteriosa dijo con una voz rajada a Zyonx.
- No- con cara de pocos amigos le contestó.

El cochero no se había movido de su sitio, como si de un mueble se tratase. Iba vestido con un traje elegante, y Zyonx solo le veía de perfil mirando hacia los caballos. Entre la luz de los candiles del carromato logró ver que colgaba una pequeña barba de aquel cochero inmutable.

- Estoy de camino, y se me han acabado las provisiones. Soy la única de mi tripulación que come algo de vez en cuando.- casi susurro la maga misteriosa.
- Yo no tengo nada.- soltó sin pensar Zyonx, mientras ponía la mano en su maza.

La maga, sin mover su brazo caído y de pie sin apenas gesticular, movió tres dedos de la mano derecha como cuando despides a un perro, en dirección a Zyonx. Sin tardar ni un segundo el cochero saltó del carromato y sin saber de donde sacó una espada, dirigiéndose a Zyonx.

Ahí es cuando realmente Zyonx vio la verdadera complexión del cochero, era un cuerpo podrido, que de pronto se movía con una agilidad pasmosa, alguien que lo hubiera visto jamás pensaría que ese cuerpo estuviera vivo.

Lanzó un ataque directo, Zyonx lo paró con la maza y le propinó un golpe en el costado. Sin más el cochero le devolvió el golpe y le dio en la cadera. Dolorido gimió, el cochero no paró su arremetida y volvió a atacar, esta vez las rodillas. Zyonx cayó al suelo, y otro golpe le venía, rodó y logró esquivar el golpe. Mientras la maga gritó:

Jaina, la nigromante
- ¿¡Acaso crees que tu Dios va a salvarte!? Nerull te entrega vida. ¿¡No es acaso la vida, una muerte lenta y dolorosa!?

Zyonx logró incorporarse, el cochero seguía hacía él sin descanso. Esta vez un placaje se le venía encima, Zyonx no logró esquivarlo y cayó de nuevo al suelo, un fuerte olor a muerto le inundó.

- No voy a parar hasta que te arrodilles ante la mismísima muerte.- decía la maga.

Zyonx estaba realmente asustado. No obstante, entre el revuelo, el sudor y los nervios, cuando acabase la pelea, sabía que tenía que arrodillarse ante su Dios. Estaba inseguro, no había conocido otra cosa que el furor y la fe ciega de su padre hacia Anghárradh, pero él odiaba a ese Dios. Odiaba a todo el mundo menos a su querido padre, no sabía todavía a quien rendir fe, estaba confundido.

- Lo haré, para por favor- suplicó Zyonx que jamás había pronunciado tales palabras.

- ¡¡Tu dios desde ahora será Nerull!!- gritó de nuevo la maga. Seguidamente se escuchó un rápido
cortar del viento, las hojas de los árboles romperse y el precipitar de las ramas en el suelo bajo la presión del pesado cuerpo de un dragón de sombras no muy grande, pero imponente. "¡Inclínate ante mí!" resonó potente la voz del dragón dentro de su cabeza, invadiendo sus pensamientos.

"El principio de la historia de un nigromante Elfo" contada por Zyonx Al Chibab, transcrita por Salegne.
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